Más pronto llegó la tormenta. ¿Qué estaba haciendo yo metido en casa? Pensé en acudir al hospital a cuidar de los enfermos sólos. Moví algunos hilos, pero finalmente el Espíritu Santo en oración y en discernimiento me sugirió cuidar de los míos.
Luego llegó la pérdida del sentido de penitencia. Muchos sufrían y yo me esmeraba en no sufrir y pasar todo este tiempo lo mejor posible. Procuré vivir en constante contacto con el dolor de algunos enfermos y sentir su dolor como parte de la vida y tiempo que nos toca vivir.
Más tarde llegó la ira. Dejé de ver la televisión y leer en las redes sociales noticias. Me acordé de que la mejor forma de luchar es con la oración y me entregué a ella dejando al lado las ideologías.
Ahora espero. Y no sé muy bien lo que espero. Y si hay algo que esperar pues todo lo que verdaderamente importa lo tengo en abundancia, que es la Fé, aunque nunca es suficiente.
Me han faltado la Confesión y la Comunión. Dos Sacramentos capitales en mi vida. Había días que su falta mimaba mi ánimo.
Ayer el Papa Francisco hablaba de la "Mundanidad" y de como, incluso muchos católicos, somos mundanos y pretendemos hacer nuestra práctica religiosa, nuestra piedad, mundana.
Volvemos al mundo y tengo claro que por mí parte que lo haga para santificarlo y santificarme. El lo dijo, ser Santos como mi Padre es Santo. Quiero ser santo. Y quiere santificar este mundo con mi trabajo como nos pide la Iglesia.
En esta Nueva Normalidad serán necesarios los santos. Los que no suben a los altares, anónimos personajes llenos de compromiso por la vida.
Tiempo de crisis tiempo de santidad.
A por ella.
Sin duda el Espíritu Santo en Pentecostés, que coincide con el desconfinamiento masivo, vendrá con una fuerza renovada para levantar de nuevo lo que haya caído y seguir adelante en la formación del Reino.
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