Dicen que son 50.000 los Registradores. Esos a los que pagamos por registrar.
Y cierto es también que existen ciudades donde los muertos se concentran por decenas, cientos y miles.
Mientras las terrazas se llenan de alegría oicosa y jocosa, a la que más estamos aficionados y de la que algunos y algunas son adictos y adictas. Los Cementerios seguían vacíos.
Y es un forma de hablar. No es que pretenda que todos salgamos corriendo a los cementerios a coger sitio para hacer cola y entrar antes de que se llene el aforo permitido. Se trata más bien de una manera gráfica y visual de enfocar una realidad.
Nos importa más la vida que la muerte.
No me mires así. ¿Quién te dijo que la vida no es muerte?
De hecho lloras cuando pierdes algo y te tiras meses o años en depresión por pérdidas vitales.
La película Coco de Walt Disney es una gran lección de cómo integrar la muerte en la vida y la vida en la muerte.
Tengo 56 años y soy consciente, y siento, que ya estoy de bajada, de descenso, que vivo en la mitad de mi existencia donde está más cerca la muerte que la vida.
50.000 muertos casi todos ellos en esa etapa de la vida de descenso.
Las terrazas vivas,
los cementerios muertos.
Que tu y que yo,
hoy terraza,
mañana muertos.
¡CALLA! me dicen,
calla,
y cayo.
Me voy con los muertos.
Sois más de ellos que de vuestros huertos.
Se acabó el luto.
Se acabó el gesto.
Adiós muertos.
Sigue la vida,
sigue el huerto.
Siembro cosechas,
pero no de muertos.
Adiós confinamiento.
Adiós muertos.
Sigue la vida.
Que yo en el huerto.
Allí me hayaran un día,
muerto.
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